Había una vez un murciélago peludo y volador que por las
noches bailaba y por el día descansaba boca abajo en su cueva. Por su
cumpleaños le regalaron unos cascabeles que se colgó en sendas alas y entonces
sus bailes se convirtieron en un hermoso espectáculo al que acudían todos los
animales del bosque cada noche.
Pero un día el murciélago se rompió un ala y tuvo que dejar
de bailar para siempre. Se encerró
en su cueva y pasó varias semanas colgado sin moverse, muy triste. Hasta que
decidió que a él le seguía gustando el baile y que como no podía bailar, iba a
enseñar a los animales del bosque. Porque viéndoles bailar, iba a disfrutar
también un montón.
Todos querían bailar como él, así que empezó enseguida las
clases de baile. El que más difícil lo tenía era el hipopótamo que con sus
cortas patas y su grueso cuerpo no conseguía seguir el ritmo. En cambio las águilas y los conejos lo
hacían de maravilla.
Cuando llegó el final del otoño, la mayoría se podía decir
que sabían bailar. Y en agradecimiento al esfuerzo que había hecho el
murciélago enseñándoles, le prepararon una bonita sorpresa ¡el baile del
murciélago bailarín! Un baile para el que se ponían todos dos alas negras y
bailaban los pasos preferidos del murciélago. Y al murciélago bailarín aquello
le pareció tan genial como las noches en las que podía bailar. Y entonces decidió dedicarse a enseñar a bailar y por eso le empezaron a llamar “el murciélago maestro bailarín”.
Ilustración: Ana del Arenal
Lee cuando quieras este cuento infantil sobre un murciélago
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