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La mariquita sin manchas


Cuento infantil de una mariquita sin manchas
Dibujo: Ana del Arenal


La mariquita sin manchas era muy conocida en el jardín, aunque a veces se equivocaban y decían que era un escarabajo rojo. 


Ella tenía que repetir una y otra vez “¡No soy un escarabajo! ¡Soy una mariquita sin manchas! ¡pero mariquita como el resto de las mariquitas!”.  Y mientras lo decía, pensaba “¡cómo me gustaría tener manchas para que no dijeran que parezco un escarabajo rojo!”


Y la verdad es que esta mariquita había realizado numerosos intentos para ponerse unas manchas. Pero ninguno había funcionado: si se las pintaba, cuando llovía se borraban; si se las pegaba, cuando se bañaba en el río se despegaban; si se ponía una camiseta con manchas, pasaba demasiado calor…

Un día ocurrió algo asombroso. Cuando por la mañana se despertó, se miró en el espejo y observó unas pequeñas manchas que le estaban creciendo en su caparazón. Eran unos pequeños puntos negros. “¡Genial! Tengo manchas como el resto de las mariquitas”, pensó contenta.

Sin embargo, cuando fue a jugar sintió algo extraño, hasta ahora todos los bichos del jardín le reconocían sin problema pues ¡era la única mariquita sin manchas! Pero ahora nadie la encontraba y la confundían con el resto de mariquitas. Hasta el ciempiés se acercó a ella para preguntarle si había visto a la mariquita sin manchas. Y ella le respondió “¡si soy yo!” Pero el ciempiés no le creyó al verle los pequeños puntos negros que tenía su caparazón.

Así que la mariquita decidió que quería ser como antes para que sus amigos le reconocieran. Se pasó una semana entera intentando limpiarse con jabón las manchas que le estaban saliendo. Y tanto tanto lo intentó que al final lo consiguió, y volvió a ser la mariquita sin manchas a la que confundían con un escarabajo rojo. Pero ahora ella respondía “no soy un escarabajo, soy una mariquita original y única, ¡soy la mariquita sin manchas!”

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La cebra pintora

Cuento de una cebra con rayas de colores
Dibujo: Ana del Arenal

Había una cebra muy alegre que todas las mañanas se pintaba sus rayas de los colores del arcoíris. Decía que no quería ser una cebra triste, blanca y negra, que quería ser alegre y bonita como el arcoíris. Así que después de desayunar, con mucha paciencia, pintaba una a una sus rayas de amarillo, naranja, verde, azul, morado…


Y por la noche, antes de irse a dormir, se daba un baño largo en el río para quitarse la pintura, y recuperar sus colores blanco y negro.

Una noche, su amiga la liebre le vio mientras se bañaba y descubrió que su amiga en realidad no tenía rayas de colores.

-¿Y por qué te pintas las rayas?
-Porque quiero ser bonita como el arcoiris y no aburrida como el blanco y el negro.
-Estás confundida, el blanco y el negro son también colores bonitos. Mira lo dulce que es la música de un piano con sus teclas blancas y negras, o cómo ilumina la luz blanca de la luna llena, o lo divertida que es la chistera negra del mago, o la nieve blanca ¡y el chocolate negro!

Lo que le dijo su amiga la liebre le dio qué pensar a la cebra. Realmente había cosas blancas y negras que eran hermosas. Y si ella tenía rayas blancas y negras también podía serlo. Así que decidió dejar de pintarse y ser blanca y negra y ¡llamarse la cebra piano!, porque su piel se parecía al teclado de un piano. Y tanto le gustó la idea que hasta se pintó algunos de sus dientes de color negro. Y su amiga la liebre le decía:

- ¡Está claro que lo que tú querías era pintarte de todas formas! ¡en lugar de la cebra piano, te deberías de llamar la cebra pintora!

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Audiocuento: ¡A llenar el carro de la compra!

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Mamá ha metido a Tina y Leo en el carrito y han entrado al supermercado para hacer la compra semanal. Los dos mellizos disfrutan de lo lindo ayudando a escoger la fruta o metiendo los paquetes de comida en el carro.

Han comprado leche, yogures, manzanas, pasta de dientes, champú… Mamá les acerca con el carro a la estantería y les dice lo que tienen que coger. Así hasta que Tina ha tenido una idea:

- Mamá, ahora ya somos mayores. ¿Podemos salir del carrito e ir andando?
- Está bien. Pero no os separéis de mí.

Todo ha ido bien al principio. Aunque no llegaban a las estanterías más altas, Tina y Leo han ayudado a mamá a coger los productos que estaban en las estanterías de abajo.

Hasta que mamá ha ayudado a Tina a coger un paquete de papel higiénico. Mientras lo guardaban junto al resto de la compra… ¡Leo ha desaparecido!

- ¡Leo! ¡Leo!, llamaban Mamá y Tina mientras le buscaban por los diferentes pasillos. Pero Leo no aparecía.

Las dos estaban cada vez más preocupadas, hasta que se ha oído un mensaje a través de los altavoces:“Un niño de rizos llamado Leo ha perdido a su mamá y la está esperando en la entrada del supermercado”.

¡Menos mal! Mamá y Tina han ido corriendo a buscarle. Allí estaba el pobre Leo, un poco asustado. ¡Qué contento se ha puesto al verlas! “Pero Leo…¿no te dije que no te separaras de mí?”, ha preguntado mamá.

- Mamá, ¿y el carro?, ha preguntado ya más tranquilo.

- El carro!, ha exclamado mamá. Nos lo hemos olvidado. Vamos a ir a buscarlo ahora mismo… ¡pero esta vez iremos de la mano!

Ilustración: Ana del Arenal

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Lee cuando quieras este cuento infantil de Tina y Leo en el supermercado


Audiocuento: El cocodrilo enamorado

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Coco era un cocodrilo verde y vago que se pasaba los días en el lago. Cada día que pasaba se aburría más. Miraba con envidia a la tortuga que vivía en la orilla de enfrente y que se ganaba la vida transportando de un lado a otro del lago a conejos, caracoles y gusanos. La tortuga movía rápidamente su cola y atravesaba a toda velocidad las aguas al tiempo que imitaba el ruido de un motor.
-Bruuuummmm
-Parece que la tortuga se divierte a pesar de estar trabajando- pensaba el cocodrilo.
A él eso de trabajar no le parecía divertido. Prefería aburrirse. Aunque significara estar siempre solo, sin amigos y sin hablar ni reír con nadie.
Hasta que una tarde llegó al lago una cocodrila nueva. Coco enseguida se enamoró de ella y la quiso impresionar. 
-Me pondré a trabajar, haré amigos y ella también querrá ser amiga mía.
Y empezó a transportar animales de un lado a otro del lago. Acordó con la tortuga que él lo haría los días de lluvia. Así los animales estarían a cubierto en su enorme boca y los días de sol él descansaría. ¡Y descubrió que sí era divertido trabajar sobre todo porque se hizo un montón de amigos que le contaban historias geniales! Y además, la cocodrila nueva se acercó a él para que le explicara cómo se podía trabajar en ese lago y para que le presentara a sus amigos.

Y acabaron por enamorarse. Y Coco el cocodrilo continuó divirtiéndose y olvidó la época en la que le gustaba aburrirse y no trabajar.

Ilustración: Ana del Arenal

Audiocuento: yo me llamo, tú te llamas, él se llama...

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Papá está leyendo el periódico y Leo, a su lado, está pintando en su cuaderno con los lápices de colores.

- Papá, ¿tú tienes nombre?
- ¡Claro! Como tú, como Tina, como mamá… ¡como Atila! ¿Cómo me llama mamá? ¿cómo me llama la abuela?
- Te llaman Álvaro
- Porque ése es mi nombre
- ¿Y por qué yo me llamo Leo?

Papá ha explicado a Leo que los nombres se ponen por diferentes razones. “Por ejemplo, Tina y tú os llamáis así porque a mamá y a mí nos gustaban mucho esos nombres. Yo me llamo Álvaro porque mi abuelo se llamaba así. Y mamá se llama Violeta, un nombre de flor, porque las violetas son las flores preferidas de la abuela”, ha dicho papá.

- ¿Y Atila? ¿Por qué le llamamos Atila?

En ese momento, mamá y Tina, que estaban escuchando la conversación, se han sentado con ellos. Mamá ha empezado a contar la historia de Atila, que fue un valiente guerrero que vivió hace muchos, muchos años.

Atila, como si hubiese entendido que hablaban de él, se ha acercado a escuchar atentamente la historia.

“Ya sabéis que recogimos a Atila en la perrera. Cuando su antiguo dueño tuvo que marcharse a vivir a otro sitio no pudo llevarlo con él. En la perrera nos contaron que Atila siempre se portó como un perro valiente. ¡Por eso le pusimos Atila!”, ha terminado mamá. “¿A que te gusta el nombre?”.

Y Atila ha contestado… ¡Guau!

Ilustración: Ana del Arenal

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Audiocuento: Serafín, el viejo delfín

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Serafín era el delfín más viejo del mar. Los lunes, todos los peces se reunían entorno a él en un rinconcito para escuchar las viejas historias del mar: de cuando llegaron los primeros delfines, de cuando se enfrentaron a los tiburones, de cuando nacieron los primeros peces payaso o de cuando cultivaron algas de muchos colores para tener un hermoso jardín en aquel mar en el que ahora todos vivían.
Eran unos momentos especiales en los que solo se oía la ronca voz de Serafín el viejo delfin mientras contaba largas y entretenidas historias.
Pero un lunes, Serafín no apareció. No estaba esperando en su rinconcito, y los peces empezaron a preocuparse.

"Vamos a preguntar a su hija Delfina", dijo en voz alta un tiburón. Y Delfina les contó que Serafín el viejo delfín ya no estaba, que había cumplido tantos años que estaba muy cansado y se había ido al cielo a descansar.
- Pero me ha dicho que no os pongáis tristes y ha dejado un libro repleto de bonitas historias para que lo leais todos los lunes en su rinconcito- continúo explicando Delfina.
Los peces se disgustaron ante la triste noticia porque ya no iban a ver a Serafín, pero en cuanto abrieron el libro de las historias no tardaron en empezar a reírse ¡la primera historia era muy graciosa! Contaba cómo la tortuga más anciana del mar un día de carnaval se había disfrazado de bebé tortuga ¡con un enorme chupete!
Así que todos los lunes, a pesar de que Serafín ya no estaba, los peces se reunían en su rinconcito y le recordaban mientras se iban turnando para leer su libro de historias. Lo que Serafín no llegó a saber es que gracias a él, a muchos peces les entraron unas ganas enormes de leer. ¡Todos querían poder leer del libro de Serafín!
Ilustración: Ana del Arenal

No me gusta la ensalada

Tina y Leo aprenden a comer ensalada

Los mellizos Tina y Leo están sentados a la mesa y los dos están enfurruñados. La última vez que mamá puso lechuga sobre la mesa no quisieron comerla, papá y mamá se enfadaron y todo terminó en un tremendo lío.

Cuando mamá les ha dicho que como primer plato había preparado una ensalada, le han dicho muy serios: “No queremos ensalada. No nos gusta la lechuga”.

          - Esto no es lechuga. Se llama rúcula. Veréis que hojas tan bonitas.

Y ha puesto sobre la mesa los platos. Tina y Leo se han quedado muy asombrados al ver que la ensalada tenía forma de flor. Tomatitos rojos en el centro y hojas verdes como si fueran pétalos. Los mellizos estaban intrigados.

          - ¿A qué sabe la recula?, ha preguntado Leo
          - No es recula, sino rúcula, ha corregido mamá. Es un sabor diferente a la lechuga, probadlo.

Leo se ha reído. Rúcula le ha parecido un nombre muy gracioso. Así que ha metido el tenedor en su plato y ha empezado a comer, mientras Tina se resistía. “Es verde, como la lechuga. Seguro que no me gusta”, ha dicho antes de probar nada.

          - Los guisantes también son verdes y bien que te gustan, ha dicho mamá.
          - Sí, pero son bolitas. Esto son hojas, como la lechuga.
          - Tina, tú eres una chica lista, y ya has visto que no son iguales. Son diferentes, porque saben diferente. Mira Leo, está comiendo y parece que le gusta.
          - Sí está bueno, mamá, ha explicado Leo con la boca llena.

Tina ha mirado a Leo, luego a mamá… y ha decidido probar su ensalada. Vaya, desde luego no era lechuga, tenía un sabor diferente. “Es posible que haya alguna comida que no os guste”, ha explicado mamá. “Pero siempre tenéis que probar para saber qué os parece. ¿Qué pasaría si no hubieseis probado el chocolate porque es del mismo color que la comida de Atila, nuestro perro?”.

Ilustración: Ana del Arenal

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La nutria y el caballito de mar



Cuento sobre la amistad entre una nutria y un caballito de mar

En un enorme río de América del Norte vivía una nutria que era la número uno en natación. Pero en su última competición se había golpeado con una enorme piedra la cola, y había llegado la última en la carrera, empatando con el pequeño caballito de mar. 

-No te entristezcas nutria, yo siempre pierdo porque soy el más pequeño, y aún así me lo paso bien compitiendo- le explicó el caballito de mar.

La nutria pensó que no era justo perder por ser pequeño, además seguro que si el caballito de mar se entrenaba también podía ganar. Y eso fue lo que le propuso. Entrenar para ganar la gran carrera de primavera que se celebraba dos semanas más tarde. Al caballito de mar le pareció una idea genial. Y los días posteriores se levantaban pronto para correr con los tiburones, después de comer se iban a saltar con los delfines y por la tarde iban a la playa con los cangrejos para entrenarse andando hacia atrás. 

Llegó el gran día de la gran carrera de primavera, y el caballito de mar se situó nervioso en el punto de salida y a la de tres salió dando grandes saltos con los que avanzaba muy deprisa, y adelantó al pez payaso, al pez raya, al pez espada y a la tortuga de mar. ¡Y consiguió llegar el tercero! Después del delfín y la morena.  

Todos los animales del mar le felicitaron por su esfuerzo y por haber llegado el tercero ¡se nota que has hecho un buen entrenamiento con la nutria y que te has esforzado! Y por eso le dieron una medalla especial, quizá la que más valía, la medalla al esfuerzo y a la superación. Y el caballito de mar siguió entrando con la nutria y después de un tiempo incluso llegó primero en alguna carrera. 

Ilustración: Ana del Arenal

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La gallina superhéroe

Cuento sobre un lobo y su amistad con las gallinas


En un tranquilo gallinero de una granja sureña vivían unas cuantas gallinas que pasaban el tiempo poniendo hermosos huevos y comiendo grano. En su día a día tenían pocas novedades y mucha calma. En ocasiones les visitaba el gallo, otros días el granjero y alguna vez el perro pastor les ladraba para asustarlas y divertirse un rato.

Pero una noche de verano, su vida cambió. Una de las gallinas salió a pasear y picotear el grano sobrante de la mañana. Y mientras disfrutaba del aire fresco, oyó un ruido extraño. Se giró, y vio unos enormes ojos que le observaban.

-¡Es un zorro!- gritó.

Y aterrorizada fue en busca de ayuda. Contó asustada que había visto al zorro. Y la gallina mayor del gallinero decidió salir a comprobarlo.  Y, sí, allí estaba el zorro. Enfrente de ella, y con unos dientes enormes. Se acercó lentamente hacia él y empezó a dar vueltas a su alrededor, primero despacito y luego cada vez más rápido, más rápido y superrápido. Hasta que el zorro de seguirle con la mirada cayó al suelo mareado.

Al ver que ya no había peligro las otras gallinas salieron cacareando contentas.

-Eres nuestra gallina superhéroe, nos has salvado de ser comidas por el zorro.

Y tranquilas como cualquier noche de verano, se fueron a dormir. Hasta que el perro del granjero vino con ganas de jugar y empezó a ladrarles y a intentar arrancarles alguna pluma. Y entonces todas miraron de nuevo a la gallina mayor, quien se dispuso a salvarles y de un brinco se acercó al perro y empezó a darle picotazos hasta que huyó dolorido.

Al ver que ya no había peligro las gallinas salieron cacareando contentas.

-Eres nuestra gallina superhéroe, nos has salvado de ese desagradable perro.

Y por la mañana, como agradecimiento de tanto salvamento, con una pluma de cada una de ellas le tejieron una bonita capa en la que escribieron la letra S y la letra G de ¡SuperGallina!

Ilustración: Ana del Arenal

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El color del mar


Esta tarde, mientras jugaban en el parque con su amigo Malick, Tina y Leo han escuchado cómo dos señoras que pasaban por allí han comentado: “¡Qué bien! Los niños blancos y los negros jugando juntos”.

Tina y Leo no han entendido qué querían decir, y al llegar a casa se lo han preguntado a su ama.

           - ¿Por qué nos han dicho eso? Malick no es negro. Como mucho es marrón, como el chocolate. ¡Y nosotros no somos blancos!, ha dicho Tina.
           - La leche sí es blanca, ha continuado Leo. Pero mira mi brazo: no es del mismo color que la leche.
           - Tenéis razón chicos, les ha explicado ama. Lo que ocurre es que, a veces, el color no es lo más importante, no es lo que define las cosas. ¡Y mucho menos a las personas! Ahora lo entenderéis.

Ama ha encendido el ordenador y en la pantalla han aparecido las fotos de las vacaciones de verano en la playa. “Fijaos bien en el mar”, les ha pedido.

Los días de sol el mar se veía azul claro, muy claro, casi verde. Pero durante dos días, Tina y Leo no pudieron ir a la playa porque llovía. En las imágenes, el mar aparecía de un azul mucho más oscuro. “Cambia el color, pero sigue siendo el mar”.

“Como bien habéis dicho, ni vosotros sois blancos, ni Malick es negro”, ha continuado ama. “Todos sois niños de color piel. Malick tiene la piel un poco más oscura, vosotros un poco más clara. Como en el mar, el color puede cambiar. Pero el mar es siempre el mar, y vosotros sois todos niños. ¡Niños muy divertidos a los que les encanta jugar!”

Ilustración: Ana del Arenal

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Estego el dinosaurio

Cuento infantil de dinosaurios


Estego era un dinosaurio, un estegosaurio que vivía en la selva con el resto de animales. Era amigo de todos ellos y era mucho más grande.

A los animales les gustaba ir a la guarida de Estego a jugar, y se reían y divertían hasta que anochecía y cada uno regresaba a su cueva, árbol o madriguera.

Pero a veces no era tan divertido jugar con Estego, porque cuando perdía en algún juego se enfadaba y gritaba muy alto y asustaba a sus amigos los animales. Y la verdad es que empezaban a estar ya un poco hartos de que Estego se enfadara tanto.

Entonces decidieron dejarle ganar en todos los juegos. Y así se convirtió en el primero en las carreras, el primero en llegar al río, en subir a un árbol y en esconderse.

Lo que pasó es que poco a poco los animales dejaron de jugar con él, porque no era tan divertido, faltaba la emoción de saber quién iba a ganar en cada juego, ¡siempre le dejaban ganar a Estego! Y hasta el mismo Estego se aburría. ¡Ya no quería seguir ganando siempre, aunque no quería perder tampoco!

Así que tomó la decisión de ser árbitro en los juegos. Así no iba a ganar ni a perder, y podría dedicarse a poner un poco de orden en los juegos. ¡Qué buena idea!, pensaron los animales. ¡Nunca habían tenido un árbitro! ¡Y además Estego sabía silbar muy fuerte! ¡Y con lo grande que era iba a poder ver muy bien a todos los animales mientras jugaban!

Ilustración: Ana del Arenal
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Mejor jugar juntos

Cuento explicativo sobre porqué es más divertido jugar juntos

Tina y Leo estaban muy contentos con los regalos que les había hecho una de sus tías: un juego de construcción para Tina y un puzzle para Leo. Se han sentado en su habitación y han empezado a jugar.

Leo ha empezado a montar el puzzle, que mostraba el dibujo de un tren. Ha empezado por la locomotora, después un vagón… pero al cabo de un tiempo no sabía qué pieza poner. Tina se ha dado cuenta y ha empezado a revolver el puzzle para buscar la pieza que encajaba.

- ¡No!, ha gritado Leo. Tú juega con tu juguete, que yo estoy jugando con el mío.

Tina ha protestado un poco antes de volver a sus bloques de construcción. Estaba haciendo una torre de varios colores.

Al cabo de un rato sin encontrar la pieza, Leo ha comenzado a aburrirse. No sabía cómo continuar el puzzle. En cambio, veía que la torre de Tina crecía y crecía… su juego parecía mucho más divertido.

Pero al acercarse a la torre, ha sido Tina la que se ha enfadado. Los mellizos han empezado a gritar y mamá ha llegado. “¿Se puede saber qué está pasando?”, ha preguntado. Cuando le han contado lo ocurrido, enseguida les ha dicho: “No sé por qué os enfadáis, si la solución es muy fácil. Primero hacéis juntos el puzzle de Leo y después construís la torre. ¡Es mucho más divertido jugar juntos!”.

Ilustración: Ana del Arenal

El jabalí que siempre llegaba tarde





Cuento sobre un jabalí que era muy lento

Había un jabalí muy peludo y regordete que llegaba tarde a todos los sitios: a la escuela, a jugar con sus amigos, al río… y es que sus cortas patas no le ayudaban. Con ellas daba pequeños pasitos con los que avanzaba muy lentamente. Y el tiempo pasaba y él nunca llegaba puntual, aunque lo intentara.

Así que el día de su cumpleaños los amigos le regalaron una bicicleta.  ¡Para que aprendiera a montarla y llegara raudo y veloz a todos los sitios!

El primer día que el jabalí montó en la bicicleta se cayó, el segundo y el tercero también. Y así durante todos los días de la primera semana. Hasta que sus amigos se dieron cuenta de que el problema era que tenía las patas tan cortas que no llegaba a los pedales.

-¿Qué podemos hacer?- le preguntaba preocupado el oso al cervatillo.
-Podemos atarle unos palos a sus cortas patas, para hacerlas más largas y que llegue a los pedales.

Y lo hicieron, y el jabalí aprendió a montar en bicicleta y pedaleaba muy rápido gracias a que llegaba a los pedales con los palos. Pero ahora tenía otro problema. Cuando se bajaba de la bicicleta ¡no podía andar porque los palos atados a sus patas le molestaban!

-¡Qué desastre!

-Le regalamos mejor un patinete- dijo el cervatillo.

Y en el patinete el jabalí ya estaba más contento porque corría bosque arriba bosque abajo empujando con sus cortas patas el patinete. Y además era genial porque podía llevar a sus amigos más pequeños y lentos con él: caracoles, gusanos, hormigas, arañas… ¡Todos subían al patinete del jabalí y llegaban a los sitios tan rápidos como el lince y el avestruz!

Ilustración: Ana del Arenal
Lee cuando quieras este cuento infantil sobre un jabalí

Anabel, la serpiente cascabel



Cuento sobre una serpiente cascabel muy presumida


Anabel era una serpiente cascabel que presumía de su hermosa piel y que quería ser amiga del oso y el jabalí. En alguna ocasión había intentado acercarse a ellos sigilosamente, sin que se dieran cuenta, pero el cascabel que tenía en la punta de su cola le delataba, ¡empezaba a sonar! Y el oso y el jabalí se escondían y Anabel se quedaba sola.
Pero Anabel era testaruda. Debía acercarse a ellos sin que se dieran cuenta, tenía que evitar que sonara su cascabel. Y por eso un buen día lo envolvió en un montón de hojas húmedas para que no se escuchara su tintineo y consiguió acercarse al oso y al jabalí, quienes no pudieron esconderse ¡y empezó a jugar con ellos! 
Pero enseguida vio que su hermosa piel se manchaba y se enfadó. Y el jabalí y el oso le explicaron que por eso ellos no querían jugar con ella, ¡porque solo se preocupaba de su hermosa piel!
Anabel pensó que tenían razón y decidió jugar con ellos un rato, solo hasta que el tintineo de su cascabel empezara a sonar fuerte.
Y jugaron por el barro, entre las piedras, por la hierba mojada y las ramas más sucias. Y el cascabel de Anabel no sonó. ¡Porque se había olvidado de quitarle las hojas húmedas! Así que cuando se terminaron los juegos, el jabalí y el oso le dijeron lo bien que se lo habían pasado y le invitaron a seguir jugando al día siguiente. Aunque Anabel después de ver lo sucia que había quedado su piel, no sabía qué hacer.
Pero les dijo que sí, porque cuando llego a casa mamá serpiente le explicó que con un baño en el río y un buen cepillado sus escamas volverían a relucir. ¡Y qué hermosa volvió a ser de nuevo su piel verdosa! ¡Y qué bien se lo había pasado con el oso y el jabalí y qué ganas tenía de volver a jugar con ellos! 


Ilustración: Ana del Arenal 
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El cumpleaños del pulpo

Cuento de un pulpo y sus amigos los peces el día de su cumpleaños
Dibujo: Ana del Arenal

Hoy es un gran día en el mar, el agua está especialmente salada y los peces andan como locos porque es el cumpleaños del pulpo. Es el cumpleaños que más gusta sobre todo porque hay un momento en el que los invitados pueden montarse en los 8 enormes tentáculos del pulpo y este empieza a dar vueltas como si fuera una barraca. “¡Yujuuuu!”, gritan todos los animales del mar mientras se marean con las vueltas que les da el pulpo. Y se agarran fuerte a sus tentáculos para no caerse.

Sin embargo, para el pulpo el mejor momento de su cumpleaños es cuando toca abrir los regalos. Y hoy ya ha abierto el primero y son unos calcetines, “¡qué bien para el invierno que el agua está muy fría!”. Después abre el segundo y son otros calcetines, “¡vaya así ya tengo unos de repuesto!”. Y cuando coge el tercer regalo resulta que también son unos calcetines, “¡uy qué voy a hacer con tanto calcetín!...”, suspira mientras piensa que no le han hecho tanta ilusión los regalos.

Menos mal que en lugar de entristecerse por tener todos los regalos iguales ha decidido darles otro uso. Para ello, ata los calcetines unos con otros y los convierte en una enorme cuerda con la que saltar a la comba ¡y qué bien se lo pasan todos los animales saltando a la comba! Tanto que el pulpo decide dejar los calcetines atados para siempre, para poder jugar mientras piensa que ¡tiene que ir a una tienda a comprar calcetines! ¡Qué no tiene y los necesita para estar calentito durante el invierno que el agua está muy fría!


Lee cuando quieras este cuento infantil sobre un pulpo

Dos gambas de cumpleaños

En el mar dos gambas celebran su cumpleaños

En un mar muy azul vivían dos gambas muy animadas a las que les gustaba mucho ir de cumpleaños.  Sobre todo les encantaba envolver los regalos que compraban con un bonito papel y ponerle un gran lazo de color.

Pero llegó un momento en el que tantos regalos hicieron que se quedaron sin dinero para poder comprar más regalos. Y entonces ya nos les gustaba ir a los cumpleaños porque ¡no había regalo qué envolver ni dónde poner un lazo!

Hasta que un día su mejor amigo, Langostino, les invitó a su fiesta de cumpleaños ¡No podían faltar! ¡Langostino cumplía 5 años! Y pensando pensando se les ocurrió hacerle un regalo especial, sin dinero pero con mucha imaginación.

Para ello, recogieron algas de muchos colores y de sus casas una gamba cogió una perla un poco vieja que la pintaron de verde y la otra una concha blanca que nadie utilizaba ya. Y con todo ello hicieron una bonita bandeja decorada ¡Con lo que le gustaban a Langostino las cosas para decorar!

Y contentas se fueron al cumpleaños. Y se dieron cuenta de que había sido el regalo que más había gustado de todos los que habían regalado, y que de ahora en adelante no necesitaban dinero para hacer regalos ¡solo imaginación y mucho cariño!

Y volvieron a ir a todos los cumpleaños y a celebrar también los medio cumpleaños y los casi cumpleaños ¡tenían un montón de ideas en la cabeza y querían hacer regalos todos los días!

Ilustración: Ana del Arenal

El susto de Tina

(También disponible como audiocuento).

Tina imagina monstruos por la noche que no existen

Todas las noches, mamá ayuda a Tina y Leo a cepillarse los dientes y papá les cuenta un cuento antes de dormir. A veces sobre animales que hablan, otras son historias que les pasan a niños como ellos. Hoy les ha contado un cuento de dinosaurios muy divertido. Luego ha apagado la luz y les ha deseado buenas noches.
Tina no quiere dormir. Ha intentado jugar con Leo, pero Leo tiene sueño. Cuando ha oído que papá y mamá se iban a la cama también, ha decidido levantarse e ir a jugar al salón.

A papá y mamá no les gusta que se levanten solos por la noche, pero a Tina le da igual. Están acostados y no van a darse cuenta.

En el salón hay poca luz, pero suficiente para ver el puzzle que se ha quedado sobre la mesa. Tina se ha sentado en el suelo para hacerlo.

De repente, ha oído un ruido. ¿Qué será? Ha mirado a su alrededor, pero no ha visto nada. ¿Nada? ¿Qué es esa sombra detrás del sillón? Por la ventana entreabierta ha entrado un poco de aire y la sombra se ha movido.

“¡Es un dinosaurio!”, ha pensado Tina. Un poco más de aire, y la sombra se ha movido de nuevo. “¡Un dinosaurio! ¡Mamá, mamá!”.

Mamá ha llegado enseguida al salón y se ha encontrado a Tina llorando, muy asustada.

- ¿Qué pasa Tina?
- Ahí, detrás del sillón. ¡Un dinosaurio!

Mamá ha cogido a Tina en brazos y ha encendido la luz.

- Ya no está. ¡Pero yo lo he visto! Se movía con el viento
- No, Tina, lo que has visto es la sombra de la cortina.

Mamá ha apagado la luz y el dinosaurio ha vuelto a aparecer. La ha encendido de nuevo y no quedaba ni rastro del dinosaurio.

“Por eso no quiero que te levantes a jugar sola por las noches. Como no se ve bien, te puedes tropezar y las sombras pueden asustarte”, ha explicado mamá.

El día, para jugar y reír. Por la noche… ¡a dormir!

Ilustración: Ana del Arenal

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Tina y Leo visitan al doctor

(También disponible como audiocuento)
Los hermanos Tina y Leo acuden al médico porque tienen varicela
Dibujo: Ana del Arenal
Esta mañana a Leo le ha dado la risa cuando se ha despertado y ha visto que Tina tenía granos en la cara. Luego se ha dado cuenta de que sus brazos también estaban llenos de granos y ya no tenía ganas de reír. ¡Le picaba todo el cuerpo!

“Podría ser varicela”, ha dicho mamá. “Hoy no iréis al colegio, vamos a ir al médico”. Tina y Leo se han echado a llorar. “¡Al médico, no! ¡Al médico, no!”. Mamá les ha explicado que no hay que temer a los médicos y que es necesario visitar al doctor cuando están enfermos.

Pero Tina y Leo han seguido llorando durante todo el camino.

Al llegar a la consulta, la enfermera les ha hecho pasar a la sala de espera y les ha dado unos cuentos para leer. “¡Cuentos!”, le ha dicho Leo a Tina en voz baja.

Luego, el doctor les ha examinado. Ha sido un poco incómodo, pero no les ha hecho daño. Y antes de que se fueran, les ha dado una crema para que los granos no les piquen tanto. ¡Qué bien! “Mamá, no volveremos a llorar cuando vengamos al médico”, ha exclamado Tina.

Se acabó el picor. ¡Gracias doctor!


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