Mostrando entradas con la etiqueta aventuras. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta aventuras. Mostrar todas las entradas

La mariquita sin manchas


Cuento infantil de una mariquita sin manchas
Dibujo: Ana del Arenal


La mariquita sin manchas era muy conocida en el jardín, aunque a veces se equivocaban y decían que era un escarabajo rojo. 


Ella tenía que repetir una y otra vez “¡No soy un escarabajo! ¡Soy una mariquita sin manchas! ¡pero mariquita como el resto de las mariquitas!”.  Y mientras lo decía, pensaba “¡cómo me gustaría tener manchas para que no dijeran que parezco un escarabajo rojo!”


Y la verdad es que esta mariquita había realizado numerosos intentos para ponerse unas manchas. Pero ninguno había funcionado: si se las pintaba, cuando llovía se borraban; si se las pegaba, cuando se bañaba en el río se despegaban; si se ponía una camiseta con manchas, pasaba demasiado calor…

Un día ocurrió algo asombroso. Cuando por la mañana se despertó, se miró en el espejo y observó unas pequeñas manchas que le estaban creciendo en su caparazón. Eran unos pequeños puntos negros. “¡Genial! Tengo manchas como el resto de las mariquitas”, pensó contenta.

Sin embargo, cuando fue a jugar sintió algo extraño, hasta ahora todos los bichos del jardín le reconocían sin problema pues ¡era la única mariquita sin manchas! Pero ahora nadie la encontraba y la confundían con el resto de mariquitas. Hasta el ciempiés se acercó a ella para preguntarle si había visto a la mariquita sin manchas. Y ella le respondió “¡si soy yo!” Pero el ciempiés no le creyó al verle los pequeños puntos negros que tenía su caparazón.

Así que la mariquita decidió que quería ser como antes para que sus amigos le reconocieran. Se pasó una semana entera intentando limpiarse con jabón las manchas que le estaban saliendo. Y tanto tanto lo intentó que al final lo consiguió, y volvió a ser la mariquita sin manchas a la que confundían con un escarabajo rojo. Pero ahora ella respondía “no soy un escarabajo, soy una mariquita original y única, ¡soy la mariquita sin manchas!”

Otros cuentos infantiles de animales que te gustarán:





EL OSO PANDA MÚSICO

(También disponible como audiocuento)




Cuento sobre un oso panda que quería ser músico
Dibujo: Ana del Arenal

Bombom era un oso panda que vivía en los montes de China, y que disfrutaba un montón comiendo bambú y tocando un pequeño tambor que un tío lejano suyo le había regalado.


Un día, su tambor, de tanto tocar, se rompió. Se hizo un enorme agujero y dejó de sonar. Por eso Bombom estaba triste. En cambio, el resto de los animales del monte estaban contentos, ¡por fin podrían oír los sonidos que habitualmente hay en la naturaleza! Como el piar de los pájaros o el aullido del lobo, en lugar del horrible tambor.

Bombom sin embargo ya no era el mismo, casi no corría ni jugaba con ellos. Se pasaba el día intentando hacer sonar de nuevo su roto tambor.

No podía seguir así. Estaba claro que había que pensar una idea para que se sintiera de nuevo contento. Y a sus amigos se les ocurrió inventar un nuevo instrumento. Pero uno especial que tuviera un sonido dulce.

Y con un bambú construyeron una bonita flauta.

¿Y qué pasó? Que cuando Bombom la vio, se puso muy contento ¡por fin podía de nuevo hacer sonar un instrumento! Pero cuando se lo acercó a su boca, sintió su rico olor a bambú, y se lo comió. ¡Y de nuevo se quedó sin instrumento!



Lee cuando quieras este cuento infantil sobre un oso panda


Los tres cerditos y el lodo


Cuento de tres cerditos que se divierten en el barro
Dibujo: Ana del Arenal

Eran tres hermanos cerditos a quienes les gustaba mucho ir a la escuela. Tenían cada uno una mochila preciosa con su nombre, en la que guardaban su estuche, el cuaderno y un libro de lectura.

Se levantaban muy temprano por la mañana para desayunar una manzana muy madura, casi casi pocha, y un buen vaso de leche que bebían con una pajita haciendo mucho ruido.

Un día, volviendo de la escuela, pasaron delante de un gran charco lleno de lodo. Con lo que les gustaba a ellos bañarse en el lodo, no lo dudaron, se quitaron las mochilas y saltaron al charco, a la de una, a las dos y a las tres. Jugaron durante horas y horas, manchándose de lodo.

Cuando empezó a atardecer y casi ya no quedaba lodo en el charco, se dieron cuenta de que se había hecho muy tarde y de que sus padres estarían preocupados en casa esperándoles. Debían de pensar en alguna excusa para explicar porqué llegaban tan tarde.

Por el camino fueron discutiendo. El mayor decía que podían inventarse que les había entretenido un lobo por el camino, el mediano que  se había roto el puente por el que siempre pasaban para llegar a casa y el pequeño dijo que lo mejor era decir la verdad.

Y cuando llegaron a casa, sin pensarlo, les contaron a sus padres lo bien que se lo habían pasado jugando en el lodo y que por eso se les había hecho tarde. Y como al papa cerdo y a la mamá cerda también les encantaba el lodo, les preguntaron dónde estaba ese hermoso charco ¡para ir todos juntos a darse un chapuzón!

Otros cuentos infantiles de animales que te gustarán:
Los erizos colorados
El zorro aviador
Las ranas raperas




La cebra pintora

Cuento de una cebra con rayas de colores
Dibujo: Ana del Arenal

Había una cebra muy alegre que todas las mañanas se pintaba sus rayas de los colores del arcoíris. Decía que no quería ser una cebra triste, blanca y negra, que quería ser alegre y bonita como el arcoíris. Así que después de desayunar, con mucha paciencia, pintaba una a una sus rayas de amarillo, naranja, verde, azul, morado…


Y por la noche, antes de irse a dormir, se daba un baño largo en el río para quitarse la pintura, y recuperar sus colores blanco y negro.

Una noche, su amiga la liebre le vio mientras se bañaba y descubrió que su amiga en realidad no tenía rayas de colores.

-¿Y por qué te pintas las rayas?
-Porque quiero ser bonita como el arcoiris y no aburrida como el blanco y el negro.
-Estás confundida, el blanco y el negro son también colores bonitos. Mira lo dulce que es la música de un piano con sus teclas blancas y negras, o cómo ilumina la luz blanca de la luna llena, o lo divertida que es la chistera negra del mago, o la nieve blanca ¡y el chocolate negro!

Lo que le dijo su amiga la liebre le dio qué pensar a la cebra. Realmente había cosas blancas y negras que eran hermosas. Y si ella tenía rayas blancas y negras también podía serlo. Así que decidió dejar de pintarse y ser blanca y negra y ¡llamarse la cebra piano!, porque su piel se parecía al teclado de un piano. Y tanto le gustó la idea que hasta se pintó algunos de sus dientes de color negro. Y su amiga la liebre le decía:

- ¡Está claro que lo que tú querías era pintarte de todas formas! ¡en lugar de la cebra piano, te deberías de llamar la cebra pintora!

Lee cuando quieras este cuento infantil sobre una cebra

La jirafa con dolor de garganta

Cuento de la jirafa
Había comenzado el invierno en la selva, y el frío hacía que los animales se resguardaran en sus cuevas. Todos menos la jirafa, que era muy juguetona y le encantaba salir a comer las hojas más altas de los árboles. 

Y salió el lunes, el martes y el miércoles. Pero el jueves se notaba cansada y le empezaba a doler la garganta. Su largo cuello se había mojado demasiado con el viento y la lluvia del invierno y se había enfriado. ¡Hasta llegó a tener un poco de fiebre! Así que descansó en su cueva durante dos semanas, hasta que se curó del todo.

Pero durante esos días su abuela jirafa le enseñó a tejer, y así, antes de salir de nuevo a jugar, pudo hacerse una enorme bufanda para proteger su largo cuello del frío. Pero no fue suficiente, tuvo que tejer una segunda,  y luego una tercera… ¡hasta 4 bufandas! Y le quedaron tan bonitas que el resto de jirafas le pidieron que les tejiera también a ellas unas bufandas de muchos colores para protegerse del frío.


Ilustración: Ana del Arenal
Lee cuando quieras este cuento infantil sobre una jirafa

Audiocuento: El cocodrilo enamorado

Puedes escuchar aquí el cuento El cocodrilo enamorado.
El resto de audiocuentos están disponibles aquí.


Coco era un cocodrilo verde y vago que se pasaba los días en el lago. Cada día que pasaba se aburría más. Miraba con envidia a la tortuga que vivía en la orilla de enfrente y que se ganaba la vida transportando de un lado a otro del lago a conejos, caracoles y gusanos. La tortuga movía rápidamente su cola y atravesaba a toda velocidad las aguas al tiempo que imitaba el ruido de un motor.
-Bruuuummmm
-Parece que la tortuga se divierte a pesar de estar trabajando- pensaba el cocodrilo.
A él eso de trabajar no le parecía divertido. Prefería aburrirse. Aunque significara estar siempre solo, sin amigos y sin hablar ni reír con nadie.
Hasta que una tarde llegó al lago una cocodrila nueva. Coco enseguida se enamoró de ella y la quiso impresionar. 
-Me pondré a trabajar, haré amigos y ella también querrá ser amiga mía.
Y empezó a transportar animales de un lado a otro del lago. Acordó con la tortuga que él lo haría los días de lluvia. Así los animales estarían a cubierto en su enorme boca y los días de sol él descansaría. ¡Y descubrió que sí era divertido trabajar sobre todo porque se hizo un montón de amigos que le contaban historias geniales! Y además, la cocodrila nueva se acercó a él para que le explicara cómo se podía trabajar en ese lago y para que le presentara a sus amigos.

Y acabaron por enamorarse. Y Coco el cocodrilo continuó divirtiéndose y olvidó la época en la que le gustaba aburrirse y no trabajar.

Ilustración: Ana del Arenal

Audiocuento: un pingüino vegetariano poco serio

Puedes escuchar aquí el cuento Un pingüino vegetariano poco serio.
El resto de audiocuentos están disponibles aquí.

cuentos infantiles

BRRR era un pingüino que vivía en una región polar y al que le encantaba comer los peces que su mamá y papá pescaban para él.

Un día, BRRR decidió que ya era mayor y que iba a ser él quien pescara sus propios peces. Pero a pesar de intentarlo varias veces, no lo consiguió. Sus alas aún eran demasiado pequeñas para moverse con rapidez y poder pescar. Así que tomó una decisión. “Me hago vegetariano”, se dijo, “y a partir de ahora no comeré carne de ningún pez. Plantaré una huerta con tomates y lechuga para hacerme una rica ensalada todas las mañanas”.

A todos los pingüinos les gustaba ver cómo BRRR cogía la regadera y hacía como que regaba las semillas en su huerta. Pero, en realidad en su regadera nunca había agua, porque BRRR ponía sus tomates y lechugas en los charcos que había en el suelo congelado. ¡Y no les hacía falta más agua!

Los días pasaban y las semillas nunca llegaban a crecer. Además BRRR empezaba a tener unas ganas enormes de comer un buen pescado. Así que decidió volver a intentar pescar y muy temprano por las mañanas empezó a entrenarse.

Después de sólo una semana de entrenamiento lo consiguió. ¡Aprendió a pescar él solo!

Estaba tan contento que lo celebró comiendo una docena de peces. Y cuando le vieron los otros pingüinos le preguntaron sorprendidos: “¿Pero no habías dicho que eras vegetariano y que no comías carne de pescado”. Y BRRR les contestó saboreando su plato: “No. Decía que era... ¡¡¡pecetariano!!! Y eso significa que te gusta muuucho el pescado”. Los pingüinos reían con las ocurrencias de BRRR que no sabía qué inventar para poder comer el pescado que tanto le seguía gustando.

Ilustración: Ana del Arenal

Audiocuento: los tres cerditos y el lodo

Puedes escuchar aquí el cuento Los tres cerditos y el lodo.
El resto de audiocuentos están disponibles aquí.


Érase una vez tres hermanos cerditos a quienes les gustaba mucho ir a la escuela. Tenía cada uno una mochila preciosa con su nombre, en la que guardaban su estuche, el cuaderno y un libro de lectura.

Se levantaban muy temprano por la mañana para desayunar una manzana muy madura, casi casi pocha, y un buen vaso de leche que bebían con una pajita haciendo mucho ruido.

Un día, volviendo de la escuela, pasaron delante de un gran charco lleno de lodo. Con lo que les gustaba a ellos bañarse en el lodo, no lo dudaron: se quitaron las mochilas y saltaron al charco a la de una, a las dos y a las tres. Jugaron durante horas y horas, manchándose de lodo.

Cuando empezó a atardecer y casi ya no quedaba lodo en el charco, se dieron cuenta de que se había hecho muy tarde y de que sus padres estarían preocupados en casa esperándoles. Debían de pensar en alguna excusa para explicar porqué llegaban tan tarde a casa.

Por el camino fueron discutiendo. El mayor decía que podían inventarse que les había entretenido un lobo por el camino, el mediano que se había roto el puente por el que siempre pasaban para llegar a casa y el pequeño dijo que lo mejor era decir la verdad.

Y cuando llegaron a casa, sin pensarlo, les contaron a sus padres lo bien que se lo habían pasado jugando en el lodo y que por eso se les había hecho tarde. Y como al papa cerdo y a la mamá cerda también les encantaba el lodo, les preguntaron dónde estaba ese hermoso charco ¡para ir todos juntos a darse un chapuzón!

Ilustración: Ana del Arenal

Una mariquita sin manchas para colorear


Dibujo de una mariquita para colorear

Os podéis descargar esta mariquita sin manchas para que l@s pequeñ@s de la casa la coloreen. ¡Incluso pueden dibujar las manchas y cambiar el final de la historia! Aunque antes os recomendamos que se lo leáis para que disfruten con el cuento de la mariquita sin manchas. También podéis escucharlo, porque está disponible como audiocuento.

Audiocuento: la tortuga patinadora

Puedes escuchar aquí el cuento La tortuga patinadora.
El resto de audiocuentos están disponibles aquí.

En el bosque también llegaba el invierno y empezaba a hacer mucho frío, tanto que el río se había helado y los animales ya no se podían bañar en él.
-¡Qué pena!- pensaban la liebre y el castor -¡Con lo que nos gusta bañarnos y nadar en el río!-
En cambio la tortuga estaba contenta, a ella el agua no le gustaba mucho. Era una tortuga de tierra que solo metía sus patas en el agua cuando hacía demasiado calor, nada más que para refrescarse un poco. Pero le daba pena ver al resto de los animales tristes, porque decían que eso de bañarse en el río era muy divertido, y ahora en invierno no podían darse un chapuzón.
-¡No os desaniméis! Con el río helado también nos lo podemos pasar bien, ¡podemos patinar en él!-
-¡Qué idea más genial!- gritaron la liebre y el castor, al tiempo que daban un salto al río helado.
¡Menudo resbalón se dieron! A la tortuga no le había dado tiempo a explicar que para patinar había que entrar despacito en el río y que poco a poco había que delizarse por el hielo.
Y para evitar más resbalones, la tortuga decidió darles clases de patinaje a los animales. Como patines utilizaban unas enormes hojas verdes que ponían bajo sus patas, y con ellas se movían por el hielo como unos verdaderos patinadores. Pero lo mejor era el final de la clase, cuando para celebrar todo lo que iban aprendiendo, la tortuga se ponía panza arriba, los animales se subían en su tripa y ella se dejaba resbalar río abajo como si fuera un trineo.
-Yujuuuuuuuuu ¡A tope de velocidad!- gritaban los animales mientras ella se deslizaba río abajo. ¡Qué divertido era el río también en invierno!

Ilustración: Ana del Arenal

Audiocuento: Serafín, el viejo delfín

Puedes escuchar aquí el cuento de Serafín, el viejo delfín.
El resto de audiocuentos están disponibles aquí.




Serafín era el delfín más viejo del mar. Los lunes, todos los peces se reunían entorno a él en un rinconcito para escuchar las viejas historias del mar: de cuando llegaron los primeros delfines, de cuando se enfrentaron a los tiburones, de cuando nacieron los primeros peces payaso o de cuando cultivaron algas de muchos colores para tener un hermoso jardín en aquel mar en el que ahora todos vivían.
Eran unos momentos especiales en los que solo se oía la ronca voz de Serafín el viejo delfin mientras contaba largas y entretenidas historias.
Pero un lunes, Serafín no apareció. No estaba esperando en su rinconcito, y los peces empezaron a preocuparse.

"Vamos a preguntar a su hija Delfina", dijo en voz alta un tiburón. Y Delfina les contó que Serafín el viejo delfín ya no estaba, que había cumplido tantos años que estaba muy cansado y se había ido al cielo a descansar.
- Pero me ha dicho que no os pongáis tristes y ha dejado un libro repleto de bonitas historias para que lo leais todos los lunes en su rinconcito- continúo explicando Delfina.
Los peces se disgustaron ante la triste noticia porque ya no iban a ver a Serafín, pero en cuanto abrieron el libro de las historias no tardaron en empezar a reírse ¡la primera historia era muy graciosa! Contaba cómo la tortuga más anciana del mar un día de carnaval se había disfrazado de bebé tortuga ¡con un enorme chupete!
Así que todos los lunes, a pesar de que Serafín ya no estaba, los peces se reunían en su rinconcito y le recordaban mientras se iban turnando para leer su libro de historias. Lo que Serafín no llegó a saber es que gracias a él, a muchos peces les entraron unas ganas enormes de leer. ¡Todos querían poder leer del libro de Serafín!
Ilustración: Ana del Arenal

El cocodrilo enamorado

(También disponible como audiocuento)







Cuento de un cocodrilo que se enamora
Coco era un cocodrilo verde y vago que se pasaba los días en el lago. Cada día que pasaba se aburría más. Miraba con envidia a la tortuga que vivía en la orilla de enfrente y que se ganaba la vida transportando de un lado a otro del lago a conejos, caracoles y gusanos.  La tortuga movía rápidamente su cola y atravesaba a toda velocidad las aguas al tiempo que imitaba  el ruido de un motor.

-Bruuuummmm

-Parece que la tortuga se divierte a pesar de estar trabajando- pensaba el cocodrilo.

A él eso de trabajar no le parecía divertido. Prefería aburrirse. Aunque significara estar siempre solo, sin amigos y sin hablar ni reír con nadie.

Hasta una tarde llegó al lago una cocodrila nueva. Coco enseguida se enamoró de ella y la quiso impresionar. 

-Me pondré a trabajar, haré amigos y ella también querrá ser amiga mía.

Y empezó a transportar animales de un lado a otro del lago. Acordó con la tortuga que él lo haría los días de lluvia. Así  los animales estarían a cubierto en su enorme boca y los días de sol él descansaría. ¡Y descubrió que sí era divertido trabajar sobre todo porque se hizo un montón de amigos que le contaban historias geniales! Y además, la cocodrila nueva se acercó a él para que le  explicara cómo se podía trabajar en ese lago y para que le presentara a sus amigos.

Y acabaron por enamorarse. Y Coco el cocodrilo continuó divirtiéndose y olvidó la época en la que le gustaba aburrirse y no trabajar.

Ilustración: Ana del Arenal

El pato Patolón


Cuento del pato que andaba en bicicleta

Érase una vez una granja donde vivía el pato Patolón. Además de él, en la granja, vivían otros animales: unas vacas, un perrito, unos cerdos y unas gallinas. El dueño de la granja se llamaba Godofredo y tenía un hijo llamado Fredito. A Fredito le encantaba andar en bicicleta y siempre la dejaba aparcada a la entrada de la granja. En ese momento, el pato Patolón aprovechaba para subirse en la bici de Fredito y darse una vuelta por la granja. 

Y cuando pasaba por las cuadras las vacas lo miraban sorprendidas, pensando si ellas también serían capaces de aprender a andar en bici. Los cerdos se tapaban los ojos con las pezuñas por miedo a verle estrellarse y el perrito ladraba. Así pasaban los días y el pato Patolón cada día andaba un rato en bici.


Un día Fredito invitó a todos sus amigos a merendar un chocolate a la granja. Llegaron todos con sus bicicletas y las dejaron aparcadas en la puerta de la casa.

Cuando el pato Patolón vio todas las bicis, tuvo una gran idea. “Voy a proponer a mis amigos los animales que se monten en las bicis y vengan a dar una vuelta conmigo por la granja. ¡Qué divertido!" 

Y fue a buscar a las vacas, los cerdos, el perrito y las gallinas y todos se montaron en las bicicletas. Al principio les costó un poco aprender, pero cuando empezaron a moverse todo era más fácil. Así, todos empezaron a seguir a Patolón por la granja dando gritos de alegría y riéndose. 

Cuando ya lo habían pasado muy bien y estaban un poco cansados dejaron las bicis en el mismo sitio donde las habían dejado Fredito y sus amigos. Entonces todos le dieron un abrazo enorme a Patolón por haberles enseñado a andar en bici, y se fueron muy contentos a sus cuadras en la granja.

¡Hasta la siguiente travesía en bici!- se despidió Patolón


Con la colaboración de Carlos Teijeira

Ilustración: Ana del Arenal

Lee cuando quieras este cuento infantil sobre un pato

¡A navegar!


Cuento sobre el primer viaje en barco


Tina y Leo pensaban que iban a la playa, como siempre, cuando se han subido al coche con el traje de baño, los manguitos, el cubo y la pala. Pero papá no ha aparcado donde lo hace habitualmente. Ha pasado de largo y han llegado hasta el puerto.
          - ¿Qué hacemos aquí?, ha preguntado Tina.
          - Siempre preguntáis qué hay en la isla que se ve desde la playa.
          - Yo ya sé que una isla es un sitio que tiene mar alrededor, ha explicado Leo.
          - Bien, pues hoy vamos a coger un barco para ir hasta esa isla y pasaremos el día allí.

¡Qué contentos se han puesto Tina y Leo! Así que mamá y papá han comprado los billetes y han subido todos al barco. No era muy grande, pero tenía dos pisos. Todos han querido subir al de arriba, para ver bien el mar.

Al cabo de unos minutos, el barco se ha puesto en marcha y ha empezado a navegar rumbo a la isla. ¡Cómo se movía! De vez en cuando venía una ola. “¡Esto se parece mucho al parque de atracciones!”, ha exclamado Leo. Y todos se han reído.

Todos menos papá, que llevaba un rato bastante serio. “¿Qué ocurre?”, ha preguntado mamá, “¿estás bien?”.

Papá ha dicho que se estaba mareando un poco y ha bajado al piso de abajo. “Vamos contigo”, le ha dicho Tina. Pero papá le ha contestado que disfrutaran del viaje, que él volvería enseguida, en cuanto estuviera un poco mejor.
Mamá, Tina y Leo lo han pasado en grande. Han visto muchas gaviotas y otros barcos. Por fin han llegado a la isla, ¡allí había otra playa!

          - "¿Os ha gustado el viaje?", ha preguntado papá, que al bajar del barco ya tenía mejor cara.
          - ¡Sí! Pero tú estás malito.
          - No os preocupéis. Mucha gente se marea cuando va en barco. Ahora ya me encuentro mejor. ¡Estoy listo para construir con vosotros un castillo de arena!
Ilustración: Ana del Arenal

El grillo Grillín



Cuento sobre un grillo cantarín y sus amigos

En una estupenda pradera vivía un grillo que se llamaba el Grillo Grillín. Era muy grande y estaba llena de verde hierba y pequeñas flores de distintos colores. En la misma pradera vivían sus amigos los escarabajos, las hormigas, las mariquitas y las libélulas. Cuando hacía buen tiempo y salía el sol, Grillín cantaba con inmensa alegría para celebrar que tenía un día estupendo por delante. Cuando sus amigos se levantaban y oían a Grillín cantar, aguzaban el oído para ver si localizaban dónde estaba. “¡Está allí! ¡en esa dirección!", decía la hormiguita, y avisaba a todos para ir a ver al grillo. Cuando llegaban donde Grillín, este se alegraba mucho y empezaba a cantar sus mejores canciones, y todos los amigos se ponían a bailar juntos el baile del grillo.

-“cri-cri, CRI-CRI…cri-cri, CRI-CRI…”

Hubo, entonces, unos días de mal tiempo, con muchas nubes en el cielo y lluvias persistentes. Cuando los habitantes de la pradera se levantaban esos días, no oían cantar al grillo y se preguntaban. ¿Qué vamos a hacer hoy, sin bailar el baile del grillo? Como no canta, no podemos saber dónde está, ni si está bien. ¿Qué le habrá pasado a nuestro amigo Grillín?".

Pasaron muchos días malos sin saber de Grillín, hasta que un día, por fin, amaneció con sol. Las primeras que se despertaron fueron las tres hermanas mariquitas. La más pequeña de las tres se asomó a la gran pradera y escuchó un suave y lejano cántico. Muy contenta, avisó rápidamente a sus hermanas para que salieran y se pusieron a buscar a los demás. “CORRED, CORRED, vamos a buscar a Grillín, que ha salido el sol". Después de recorrer un largo camino en dirección a los cánticos se encontraron con el grillo. “¡Qué alegría veros otra vez amigos!",  exclamó Grillín, muy excitado. Entonces, se puso a cantar muy alto “cri-cri, CRI-CRI…cri-cri, CRI-CRI…” y se puso a bailar con sus amigos el baile del grillo. Y así, celebraron otra vez que estaban todos juntos disfrutando del día. 

Con la colaboración de Carlos Teijeira

Ilustración: Ana del Arenal
Lee cuando quieras este cuento infantil de un grillo

Tina y Leo en el parque de atracciones

Un día en el parque de atracciones con los niños

Tina y Leo casi no podían parar quietos en el asiento del coche… ¡iban a pasar la tarde en el parque de atracciones! En cuanto han entrado, se han puesto a correr el todas las direcciones para elegir las ferias en las que iban a subir. Papá y mamá los han juntado: “No os preocupéis que tenemos tiempo, podréis probar todas las atracciones que queráis. Pero no os separéis de nosotros, no os vayáis a perder como le pasó a Leo en el supermercado”.
          - ¡Quiero subir en el tren mágico!, ha pedido Leo
          - Está bien, ha dicho papá. Elegiréis por turnos las atracciones en las que subís.
Han empezado por el tren mágico. ¡Qué divertido! Un payaso les ha hecho reír, un fantasma les ha asustado, un oso les ha regalado un globo… ¡vaya viaje más emocionante!
De ahí se han marchado a la noria, la atracción que ha elegido Tina. Arriba y abajo, arriba y abajo, han dado una y mil vueltas. Cada vez que estaban arriba, saludaban a papá y mamá con la mano.
Después han hecho cola para el carrusel de caballitos, más tarde han saltado en las camas elásticas. ¡Qué divertido era todo! Papá y mamá les han hecho muchísimas fotos.
Así han pasado la tarde, de feria en feria, hasta que ha llegado la hora de regresar a casa. Tina y Leo no querían marcharse. “Es muy tarde, ¡casi la hora de la cena!”, les ha dicho Papá. “Mañana podemos ver todas las fotos que hemos hecho. ¡Seguro que os encanta volver a ver las ferias!”.

Ilustración: Ana del Arenal

Imprime este cuento

La gallina superhéroe

Cuento sobre un lobo y su amistad con las gallinas


En un tranquilo gallinero de una granja sureña vivían unas cuantas gallinas que pasaban el tiempo poniendo hermosos huevos y comiendo grano. En su día a día tenían pocas novedades y mucha calma. En ocasiones les visitaba el gallo, otros días el granjero y alguna vez el perro pastor les ladraba para asustarlas y divertirse un rato.

Pero una noche de verano, su vida cambió. Una de las gallinas salió a pasear y picotear el grano sobrante de la mañana. Y mientras disfrutaba del aire fresco, oyó un ruido extraño. Se giró, y vio unos enormes ojos que le observaban.

-¡Es un zorro!- gritó.

Y aterrorizada fue en busca de ayuda. Contó asustada que había visto al zorro. Y la gallina mayor del gallinero decidió salir a comprobarlo.  Y, sí, allí estaba el zorro. Enfrente de ella, y con unos dientes enormes. Se acercó lentamente hacia él y empezó a dar vueltas a su alrededor, primero despacito y luego cada vez más rápido, más rápido y superrápido. Hasta que el zorro de seguirle con la mirada cayó al suelo mareado.

Al ver que ya no había peligro las otras gallinas salieron cacareando contentas.

-Eres nuestra gallina superhéroe, nos has salvado de ser comidas por el zorro.

Y tranquilas como cualquier noche de verano, se fueron a dormir. Hasta que el perro del granjero vino con ganas de jugar y empezó a ladrarles y a intentar arrancarles alguna pluma. Y entonces todas miraron de nuevo a la gallina mayor, quien se dispuso a salvarles y de un brinco se acercó al perro y empezó a darle picotazos hasta que huyó dolorido.

Al ver que ya no había peligro las gallinas salieron cacareando contentas.

-Eres nuestra gallina superhéroe, nos has salvado de ese desagradable perro.

Y por la mañana, como agradecimiento de tanto salvamento, con una pluma de cada una de ellas le tejieron una bonita capa en la que escribieron la letra S y la letra G de ¡SuperGallina!

Ilustración: Ana del Arenal

Lee cuando quieras este cuento infantil sobre una gallina


La gran idea de la ballena azul

Cuento de una ballena azul que querían cazar
Dibujo: Ana del Arenal


En las aguas de algún océano vivía una ballena azul que tranquilamente nadaba. Era gigante y le gustaba jugar con los peces más pequeños. 


Últimamente estaba algo asustada, porque había muchos barcos balleneros, que iban en busca de ballenas como ella. Así que casi no salía ya a jugar y pasaba las horas pensando ideas para poder ahuyentar a los hombres que venían en esos barcos.

 -Mmmm ¿cuál es el animal al que más miedo tienen los hombres?- preguntó la ballena a sus amigos.

-A mí- le respondió orgulloso el tiburón.

-Pues me voy a disfrazar de tiburón.

Y se puso una aleta de mentiras. Y el truco funcionó porque los hombres se asustaron. 

Pero unos días más tarde se acercaron otros hombres, pescadores de tiburones. Y entonces la ballena cambió de disfraz. Esta vez de delfín. Pero unos días más tarde se acercaron otros hombres, pescadores de delfines. Y entonces la ballena cambió de disfraz, ahora de piraña. Pero unos días más tarde otros hombres pescadores de pirañas se acercaron... y la ballena azul ya estaba tan agotada de disfrazarse para huir de los hombres pescadores que pensó en una idea mejor. Puso un enorme cartel a la entrada del océano que decía "Peligro. Hay pescadores de hombres". 

Y así los hombres asustados por si alguien les pescaba ya no se acercaron, ¡y todos los peces del océano pudieron jugar tranquilamente!

Otros cuentos infantiles breves que te van a gustar:






Andrés el ciempiés



Cuento sobre un ciempiés que nunca dejaba de andar


Andrés siempre estaba andando. Caminaba con sus patitas cortas y nunca, nunca se paraba. Caminaba cuando llovía, cuando el sol le calentaba la espalda o cuando soplaba el viento. Caminaba de noche, cuando las estrellas te guiñan el ojo desde el cielo, y también de mañanita cuando la luz se está desperezando recién levantada de la cama. Caminaba por la arena fresquita de la playa y por las piedras, por la hojarasca y por las aceras, incluso utilizaba las ramitas que flotan en los riachuelos como puentes colgantes.

-Adiós Andrés, ¿adónde vas tan deprisa? - le saludaban los animales que se cruzaban con él.

-Buf, buf - les respondía Andrés, sin apenas pararse y con la cabeza agachada para ver por donde pisaban sus cientos de patitas y no perder el camino.

En realidad nadie sabía qué dirección seguía Andrés, ni porqué se pasaba todo el día en movimiento. Entre nosotros, la verdad es que ni él mismo lo sabía muy bien. Sólo pensaba que escuchar el ruido de sus pasitos le hacía sentir bien. El avanzar, poquito a poquito, le parecía una maravilla aunque no tuviese claro hasta dónde quería llegar.

-¿Porqué no te paras un rato, descansas y te tomas un refresco con nosotros?-  le decían los gusanitos mientras Andrés les pasaba rápido a su lado, casi sin mirarles.

-Buf, buf, no puedo, tengo que llegar a esa esquina antes de que se haga de noche - respondía.

-¿Y después, cuando llegues allí? – le preguntaban.

-Después……siempre habrá otra esquina un poco más adelante- y sus patitas seguían moviéndose todas juntas, con un ritmo casi perfecto, como bailarinas de ballet, tip, tap, tip, tap, tip, tap.

Con la colaboración de Pedro Surja

Ilustración: Ana del Arenal
Lee cuando quieras este cuento infantil sobre un ciempiés


La oveja peluda


Dibujo de una oveja con mucha lana que no quiere ser esquilada
Dibujo: Ana del Arenal

En un campo no muy lejano, donde el calor empezaba a notarse, las ovejas comían hierba fresca y palos secos. Esos días esperaban con ganas la llegada de la esquila. ¡Era como ir a la peluquería! 


Tanta lana empezaba a molestarles y deseaban quitársela para andar más ligeras por el campo. Todas menos Peluda. Era una oveja friolera y no quería que le cortaran su melena de lana.

-Mmmmm- pensaba el pastor- a Peluda si le quitamos la lana habrá que hacerle un jersey para que no pase frío.
-¿Y si le dejamos su lana?- le propuso el hijo del pastor- así no tendremos que tejerle un jersey porque ya estará abrigada. 

Y pasaron varios veranos y Peluda era la única oveja que no se esquilaba y su lana crecía y crecía. Hasta que llegó un momento en el que le pesaba tanto que no podía moverse, y ya no salía al campo, y se quedaba sola en el redil. 

El hijo del pastor se empezó a preocupar. Peluda era su oveja preferida y ya no quería jugar con él. Además, su lana cubría sus ojos y su boca, y ya no podía ni ver ni comer. Así que una noche, mientras Peluda dormía, decidió esquilarla sin que se diera cuenta. 

A la mañana siguiente, ¡qué susto! Las ovejas no veían a Peluda, pensaban que se había escapado. 

-Soy yo beeeee, balaba Peluda.
-¡Pero si no tienes lana!, le dijo extrañado el  papá carnero.
-Se me ha debido de caer por la noche, porque ya pesaba mucho, le explicó Peluda sin saber realmente lo que había pasado.

Y corriendo salió al campo a comer hierba fresca y a jugar con las otras ovejas. ¡Qué divertido era y qué bien se sentía ahora sin ser una oveja peluda! Aunque las ovejas le seguían llamando Peluda, porque a pesar de estar esquilada, el pastor siempre le dejaba lana en la cabeza ¡para que se viera guapa y abrigada!


Lee cuando quieras este cuento infantil sobre una oveja