Mostrando entradas con la etiqueta naturaleza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta naturaleza. Mostrar todas las entradas

¡YA ES PRIMAVERA!

Cuento breve de los niños Tina y Leo que descubren la primavera
Dibujo: Ana del Arenal

Después de desayunar, Tina y Leo han salido al jardín con papá. “¡Mirad chicos, la primavera ha llegado!”. Los mellizos han mirado con cara de sorpresa a su papá.


“Fijaos en ese árbol. En otoño, se le cayeron las hojas. ¿Os acordáis de que el jardín estaba entonces lleno de hojas secas? Durante todo el invierno, solo veíamos sus ramas. Y ahora, si os fijáis bien, veréis que le empiezan a crecer hojas nuevas. Es así porque ya ha llegado la primavera”, ha explicado papá.

Tina y Leo se han acercado para verlo bien. “¡Es verdad!”, ha dicho Leo, “Puedo ver hojas pequeñas y verdes en las ramas”.

“Y no es solo eso”, ha continuado papá. “Fijaos bien en la hierba: ¡se está llenando de margaritas! También en primavera nacen nuevas flores”.

Después de la primavera vendrá el verano, luego el otoño seguido del invierno, y de nuevo la primavera. Son las estaciones del año. Papá ha explicado a los mellizos que pasan una tras otra y que son muy importantes para la naturaleza. “Los árboles, las flores, los animales… se van guiando por las estaciones. También los niños”.

“¿Los niños?”, ha preguntado Leo.

“Claro”, ha contestado papá. “Ha llegado la primavera y con ella… ¡vosotros podéis guardar la bufanda y los guantes hasta el próximo año!”.  

Otros cuentos breves de Tina y Leo que te encantarán:

Los tres cerditos y el lodo


Cuento de tres cerditos que se divierten en el barro
Dibujo: Ana del Arenal

Eran tres hermanos cerditos a quienes les gustaba mucho ir a la escuela. Tenían cada uno una mochila preciosa con su nombre, en la que guardaban su estuche, el cuaderno y un libro de lectura.

Se levantaban muy temprano por la mañana para desayunar una manzana muy madura, casi casi pocha, y un buen vaso de leche que bebían con una pajita haciendo mucho ruido.

Un día, volviendo de la escuela, pasaron delante de un gran charco lleno de lodo. Con lo que les gustaba a ellos bañarse en el lodo, no lo dudaron, se quitaron las mochilas y saltaron al charco, a la de una, a las dos y a las tres. Jugaron durante horas y horas, manchándose de lodo.

Cuando empezó a atardecer y casi ya no quedaba lodo en el charco, se dieron cuenta de que se había hecho muy tarde y de que sus padres estarían preocupados en casa esperándoles. Debían de pensar en alguna excusa para explicar porqué llegaban tan tarde.

Por el camino fueron discutiendo. El mayor decía que podían inventarse que les había entretenido un lobo por el camino, el mediano que  se había roto el puente por el que siempre pasaban para llegar a casa y el pequeño dijo que lo mejor era decir la verdad.

Y cuando llegaron a casa, sin pensarlo, les contaron a sus padres lo bien que se lo habían pasado jugando en el lodo y que por eso se les había hecho tarde. Y como al papa cerdo y a la mamá cerda también les encantaba el lodo, les preguntaron dónde estaba ese hermoso charco ¡para ir todos juntos a darse un chapuzón!

Otros cuentos infantiles de animales que te gustarán:
Los erizos colorados
El zorro aviador
Las ranas raperas




Audiocuento: los tres cerditos y el lodo

Puedes escuchar aquí el cuento Los tres cerditos y el lodo.
El resto de audiocuentos están disponibles aquí.


Érase una vez tres hermanos cerditos a quienes les gustaba mucho ir a la escuela. Tenía cada uno una mochila preciosa con su nombre, en la que guardaban su estuche, el cuaderno y un libro de lectura.

Se levantaban muy temprano por la mañana para desayunar una manzana muy madura, casi casi pocha, y un buen vaso de leche que bebían con una pajita haciendo mucho ruido.

Un día, volviendo de la escuela, pasaron delante de un gran charco lleno de lodo. Con lo que les gustaba a ellos bañarse en el lodo, no lo dudaron: se quitaron las mochilas y saltaron al charco a la de una, a las dos y a las tres. Jugaron durante horas y horas, manchándose de lodo.

Cuando empezó a atardecer y casi ya no quedaba lodo en el charco, se dieron cuenta de que se había hecho muy tarde y de que sus padres estarían preocupados en casa esperándoles. Debían de pensar en alguna excusa para explicar porqué llegaban tan tarde a casa.

Por el camino fueron discutiendo. El mayor decía que podían inventarse que les había entretenido un lobo por el camino, el mediano que se había roto el puente por el que siempre pasaban para llegar a casa y el pequeño dijo que lo mejor era decir la verdad.

Y cuando llegaron a casa, sin pensarlo, les contaron a sus padres lo bien que se lo habían pasado jugando en el lodo y que por eso se les había hecho tarde. Y como al papa cerdo y a la mamá cerda también les encantaba el lodo, les preguntaron dónde estaba ese hermoso charco ¡para ir todos juntos a darse un chapuzón!

Ilustración: Ana del Arenal

Una mariquita sin manchas para colorear


Dibujo de una mariquita para colorear

Os podéis descargar esta mariquita sin manchas para que l@s pequeñ@s de la casa la coloreen. ¡Incluso pueden dibujar las manchas y cambiar el final de la historia! Aunque antes os recomendamos que se lo leáis para que disfruten con el cuento de la mariquita sin manchas. También podéis escucharlo, porque está disponible como audiocuento.

El grillo Grillín



Cuento sobre un grillo cantarín y sus amigos

En una estupenda pradera vivía un grillo que se llamaba el Grillo Grillín. Era muy grande y estaba llena de verde hierba y pequeñas flores de distintos colores. En la misma pradera vivían sus amigos los escarabajos, las hormigas, las mariquitas y las libélulas. Cuando hacía buen tiempo y salía el sol, Grillín cantaba con inmensa alegría para celebrar que tenía un día estupendo por delante. Cuando sus amigos se levantaban y oían a Grillín cantar, aguzaban el oído para ver si localizaban dónde estaba. “¡Está allí! ¡en esa dirección!", decía la hormiguita, y avisaba a todos para ir a ver al grillo. Cuando llegaban donde Grillín, este se alegraba mucho y empezaba a cantar sus mejores canciones, y todos los amigos se ponían a bailar juntos el baile del grillo.

-“cri-cri, CRI-CRI…cri-cri, CRI-CRI…”

Hubo, entonces, unos días de mal tiempo, con muchas nubes en el cielo y lluvias persistentes. Cuando los habitantes de la pradera se levantaban esos días, no oían cantar al grillo y se preguntaban. ¿Qué vamos a hacer hoy, sin bailar el baile del grillo? Como no canta, no podemos saber dónde está, ni si está bien. ¿Qué le habrá pasado a nuestro amigo Grillín?".

Pasaron muchos días malos sin saber de Grillín, hasta que un día, por fin, amaneció con sol. Las primeras que se despertaron fueron las tres hermanas mariquitas. La más pequeña de las tres se asomó a la gran pradera y escuchó un suave y lejano cántico. Muy contenta, avisó rápidamente a sus hermanas para que salieran y se pusieron a buscar a los demás. “CORRED, CORRED, vamos a buscar a Grillín, que ha salido el sol". Después de recorrer un largo camino en dirección a los cánticos se encontraron con el grillo. “¡Qué alegría veros otra vez amigos!",  exclamó Grillín, muy excitado. Entonces, se puso a cantar muy alto “cri-cri, CRI-CRI…cri-cri, CRI-CRI…” y se puso a bailar con sus amigos el baile del grillo. Y así, celebraron otra vez que estaban todos juntos disfrutando del día. 

Con la colaboración de Carlos Teijeira

Ilustración: Ana del Arenal
Lee cuando quieras este cuento infantil de un grillo

La gallina superhéroe

Cuento sobre un lobo y su amistad con las gallinas


En un tranquilo gallinero de una granja sureña vivían unas cuantas gallinas que pasaban el tiempo poniendo hermosos huevos y comiendo grano. En su día a día tenían pocas novedades y mucha calma. En ocasiones les visitaba el gallo, otros días el granjero y alguna vez el perro pastor les ladraba para asustarlas y divertirse un rato.

Pero una noche de verano, su vida cambió. Una de las gallinas salió a pasear y picotear el grano sobrante de la mañana. Y mientras disfrutaba del aire fresco, oyó un ruido extraño. Se giró, y vio unos enormes ojos que le observaban.

-¡Es un zorro!- gritó.

Y aterrorizada fue en busca de ayuda. Contó asustada que había visto al zorro. Y la gallina mayor del gallinero decidió salir a comprobarlo.  Y, sí, allí estaba el zorro. Enfrente de ella, y con unos dientes enormes. Se acercó lentamente hacia él y empezó a dar vueltas a su alrededor, primero despacito y luego cada vez más rápido, más rápido y superrápido. Hasta que el zorro de seguirle con la mirada cayó al suelo mareado.

Al ver que ya no había peligro las otras gallinas salieron cacareando contentas.

-Eres nuestra gallina superhéroe, nos has salvado de ser comidas por el zorro.

Y tranquilas como cualquier noche de verano, se fueron a dormir. Hasta que el perro del granjero vino con ganas de jugar y empezó a ladrarles y a intentar arrancarles alguna pluma. Y entonces todas miraron de nuevo a la gallina mayor, quien se dispuso a salvarles y de un brinco se acercó al perro y empezó a darle picotazos hasta que huyó dolorido.

Al ver que ya no había peligro las gallinas salieron cacareando contentas.

-Eres nuestra gallina superhéroe, nos has salvado de ese desagradable perro.

Y por la mañana, como agradecimiento de tanto salvamento, con una pluma de cada una de ellas le tejieron una bonita capa en la que escribieron la letra S y la letra G de ¡SuperGallina!

Ilustración: Ana del Arenal

Lee cuando quieras este cuento infantil sobre una gallina


El búho con gafas

Cuento sobre un búho que se puso gafas
Dibujo: Ana del Arenal

Había un búho muy dormilón que se pasaba el día dormido y  las noches despierto escuchando cómo el resto de animales roncaban.


Una día, que no conseguía conciliar el sueño cuando el sol ya brillaba y era su hora de dormir, decidió seguir con los ojos bien abiertos para observar cómo era la vida en el bosque durante el día.

¡Cómo corrían los animales! ¡Qué bien se lo pasaban! Ahí iba el cocodrilo, y por allá el caballo, y ¡qué pequeño era el caracol!

-Eh, ¡pequeño caracol!- gritó el búho.

-Caracooool- repitió alzando la voz.

-¿Me llamas a mí?- le respondió un erizo que pasaba por allí.

-Sí, a ti caracol-le respondió el búho.

-¡Si yo soy un erizo! ¡no un caracol!-digo indignado el erizo.

-A ver acércate para que te vea bien. ¡Ay, si pinchas! Pues es verdad, eres un erizo y no un suave caracol.

-Toma, para que no te confundas más- le dijo el erizo mientras le ofrecía unas enormes gafas.

-¿Para qué sirve esto?

-Son unas gafas que se ponen en los ojos para que puedas ver bien todo lo que pasa a tu alrededor.

Y el búho se las puso. Y pudo ver que efectivamente era un erizo con quien estaba hablando, y que el caballo que había visto en realidad era un burro, y el cocodrilo una serpiente cascabel. ¡Madre mía que confusión! ¡Claro como él solo estaba despierto durante la noche no le hacían falta las gafas, había poca cosa para ver en la oscuridad!

Pero durante el día había muchos animales, colores y naturaleza que observar ¡y con esas gafas no se iba a perder nada!  Ahora solo hacía falta aprender a dormir durante la noche y estar despierto durante el día ¡eso sí que iba a ser difícil!

Lee cuando quieras este cuento infantil sobre un búho



Andrés el ciempiés



Cuento sobre un ciempiés que nunca dejaba de andar


Andrés siempre estaba andando. Caminaba con sus patitas cortas y nunca, nunca se paraba. Caminaba cuando llovía, cuando el sol le calentaba la espalda o cuando soplaba el viento. Caminaba de noche, cuando las estrellas te guiñan el ojo desde el cielo, y también de mañanita cuando la luz se está desperezando recién levantada de la cama. Caminaba por la arena fresquita de la playa y por las piedras, por la hojarasca y por las aceras, incluso utilizaba las ramitas que flotan en los riachuelos como puentes colgantes.

-Adiós Andrés, ¿adónde vas tan deprisa? - le saludaban los animales que se cruzaban con él.

-Buf, buf - les respondía Andrés, sin apenas pararse y con la cabeza agachada para ver por donde pisaban sus cientos de patitas y no perder el camino.

En realidad nadie sabía qué dirección seguía Andrés, ni porqué se pasaba todo el día en movimiento. Entre nosotros, la verdad es que ni él mismo lo sabía muy bien. Sólo pensaba que escuchar el ruido de sus pasitos le hacía sentir bien. El avanzar, poquito a poquito, le parecía una maravilla aunque no tuviese claro hasta dónde quería llegar.

-¿Porqué no te paras un rato, descansas y te tomas un refresco con nosotros?-  le decían los gusanitos mientras Andrés les pasaba rápido a su lado, casi sin mirarles.

-Buf, buf, no puedo, tengo que llegar a esa esquina antes de que se haga de noche - respondía.

-¿Y después, cuando llegues allí? – le preguntaban.

-Después……siempre habrá otra esquina un poco más adelante- y sus patitas seguían moviéndose todas juntas, con un ritmo casi perfecto, como bailarinas de ballet, tip, tap, tip, tap, tip, tap.

Con la colaboración de Pedro Surja

Ilustración: Ana del Arenal
Lee cuando quieras este cuento infantil sobre un ciempiés


La oveja peluda


Dibujo de una oveja con mucha lana que no quiere ser esquilada
Dibujo: Ana del Arenal

En un campo no muy lejano, donde el calor empezaba a notarse, las ovejas comían hierba fresca y palos secos. Esos días esperaban con ganas la llegada de la esquila. ¡Era como ir a la peluquería! 


Tanta lana empezaba a molestarles y deseaban quitársela para andar más ligeras por el campo. Todas menos Peluda. Era una oveja friolera y no quería que le cortaran su melena de lana.

-Mmmmm- pensaba el pastor- a Peluda si le quitamos la lana habrá que hacerle un jersey para que no pase frío.
-¿Y si le dejamos su lana?- le propuso el hijo del pastor- así no tendremos que tejerle un jersey porque ya estará abrigada. 

Y pasaron varios veranos y Peluda era la única oveja que no se esquilaba y su lana crecía y crecía. Hasta que llegó un momento en el que le pesaba tanto que no podía moverse, y ya no salía al campo, y se quedaba sola en el redil. 

El hijo del pastor se empezó a preocupar. Peluda era su oveja preferida y ya no quería jugar con él. Además, su lana cubría sus ojos y su boca, y ya no podía ni ver ni comer. Así que una noche, mientras Peluda dormía, decidió esquilarla sin que se diera cuenta. 

A la mañana siguiente, ¡qué susto! Las ovejas no veían a Peluda, pensaban que se había escapado. 

-Soy yo beeeee, balaba Peluda.
-¡Pero si no tienes lana!, le dijo extrañado el  papá carnero.
-Se me ha debido de caer por la noche, porque ya pesaba mucho, le explicó Peluda sin saber realmente lo que había pasado.

Y corriendo salió al campo a comer hierba fresca y a jugar con las otras ovejas. ¡Qué divertido era y qué bien se sentía ahora sin ser una oveja peluda! Aunque las ovejas le seguían llamando Peluda, porque a pesar de estar esquilada, el pastor siempre le dejaba lana en la cabeza ¡para que se viera guapa y abrigada!


Lee cuando quieras este cuento infantil sobre una oveja