Había una vez una hiena esbelta, con sus motitas marrones, a la que le encantaba hacer trastadas a los animales de la selva para luego reírse a carcajadas. Le ponía la zancadilla al conejo, rompía la rama en la que estaba durmiendo el búho, despertaba al oso mientras hibernaba…
Pero solo la hiena reía, porque a los animales no les hacían gracia sus travesuras.
- Soy una hiena y ya sabéis que los sonidos que emito han de ser carcajadas, y hacer trastadas me ayuda a reírme.
Es verdad, en todas las selvas, las hienas se ríen a carcajadas.
Pero no podían seguir así, debían enseñarle a reírse con otras cosas. Así que empezaron a contarle chistes, y ella se reía, le hacían muecas divertidas y no dejaba de carcajearse, le hacían cosquillas y pedía que pararan sin poder casi hablar de la risa… Y lo mejor de todo es que, además de reírse ella, con ella también se reían los demás animales.
Así que la hiena dejó de hacer trastadas y empezó a hacer cosquillas, y a hacer muecas. Y en la selva ya solo se oían carcajadas. Ni aullar, ni piar, ni rugir… ¡se había convertido en la selva de la risa donde todos los animales reían sin parar! Y ya no se distinguía si la carcajada era de la hiena, del cervatillo o de la lechuza.
Ilustración: Ana del Arenal
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